El divorcio de Fígaro


Teatro Fernán Gómez, hasta el 1 de diciembre
de Ödön Von Horváth
adaptada y dirigida por Alfonso Lara (ayudantía de Borja Vera)
Compañía Rojo y Negro (David Sánchez, Juan Antonio Molina, Micaela Quesada, Alfonso Lara, Inma Isla, Manuel Brun, Raquel Guerrero)

Hay que agradecer a la compañía Rojo y Negro, en primer lugar, que nos traiga la obra de un autor poco conocido y representado en nuestras latitudes. Un autor muy interesante, que podía haberse convertido en patrimonio de las artes escénicas a lo Bertold Brecht, de no haber muerto tan joven. Su temática es típica de la primera parte del siglo XX, teatro político e histórico que nos alerta de las tentaciones y peligros del fascismo.

En esta obra se retoman los personajes de Beaumarchais para continuar la historia de lo que pudo haber pasado después. El conde de Almaviva y su séquito tienen que huir de la revolución que ha estallado en su país de origen y a partir de aquí empieza la subversión del orden. El conde empieza a perder privilegios, poder y dinero, mientras que Fígaro ve en los cambios que están sucediendo una oportunidad de progresar. ¿Será real esta oportunidad? Esta obra habla de cómo las convulsiones sociales y políticas afectan las relaciones humanas (de pareja, de amo-señor...) y ponen todo en cuestión. El conflicto social, ¿trasciende o afecta al conflicto personal? 




Y aquí entra el gran trabajo de todos y cada uno de los componentes de la compañía Rojo y Negro, explicarnos, matizarnos, emocionarnos con todos estos conflictos. Al fin y al cabo ésa es la esencia del teatro, el conflicto. La compleja historia, que dura años, se resuelve con elegantes saltos temporales gracias a los cuales la acción transcurre sin prisa pero sin pausa, con momentos de reflexión, de comicidad y donde la dirección se encarga de acentuar aquellos puntos en los que la sociedad descrita se parece a la nuestra, muchos más de los esperados.

La representación transcurre en dos campos:una especie de circo marcado en el escenario donde suceden los acontecimientos más importantes y otro escenario fuera de campo, donde se desarrolla la subtrama, que enriquece la trama principal. 

Pese a esta aparente complejidad, la obra se disfruta mucho por el trabajo actoral, que ya sean principales (una gran Micaela Quesada hace de Susana, la mujer de Fígaro) o secundarios (admirable la capacidad de David Sánchez y Manuel Brun de encarnar personajes tan diferentes) interpretan sus papeles sin ningún tipo de estereotipización (como podría sucederle a Juan Antonio Molina en el personaje del Conde) o sobreactuación, haciendonoslos humanos y cercanos.

Si añadimos el poco presupuesto que ha tenido este montaje, el mérito es mucho mayor. Hay que ver esta producción.

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