Yo vi crecer al comunismo
Rock'n'Roll. Sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure. Hasta el 19 de Octubre
(C) foto: Ros Ribas
¿Qué tienen en común el rock and roll y el comunismo?
¿Se puede articular una narración de lo que el historiador Eric Hobsbawm llamó el siglo corto haciéndolo coincidir con el nacimiento y caída del comunismo a base de conflictos personales, sentimientos encontrados, poder drámatico al fin y al cabo?
Tom Stoppard, el autor inglés, lo consigue con este texto magnífico que hemos podido ver en el Teatre Lliure en adaptación de Àlex Rigola.
Trabajar con un texto tan completo y lleno de referencias puede parecer fácil, pero al mismo tiempo pone el listón muy alto a actores y directores. La obra se estructura en dos partes: la revolución del 68 con sus consecuencias en Praga y la caída del muro de Berlín. Lo vivimos a traves de una familia inglesa (cuyo backyard es casi siempre sinónimo de la Arcadia perdida que buscaban los autores marxistas) que protege a un joven profesor checo que sin embargo decide volver a su país cuando la primavera de Praga le alberga unas esperanzas que aún han de tardar en cumplirse. Destacan Lluís Marco, como catedrático británico estalinista que representa en el mismo la historia del comunismo (ha nacido en el mismo año que la revolución bolchevique), Joan Carreras como Jan, el profesor checo, y Chantal Aimée, la hija del profesor británico destrozada y atormentada por todos los ismos del siglo XX que ha tenido que vivir en su casa. Pero hay más, mucho más. Todos los intérpretes tienen su momento estelar, lo que quiere decir que todos los personajes tiene algo que decir, como Rosa Renom como enferma terminal que lo ve todo tan claro por su proximidad a la muerte.
La escenografía, como siempre en el Lliure, está magnificamente resuelta. Para acercarnos a personajes tan complejos, las gradas estan a dos lados del escenario de manera que siempre participamos de la intimidad de los personajes estemos donde estemos sentados. El jardín inglés cambia a la habitación checa de una manera tan mágica como potente desde el punto de vista de la dramaturgia. Dramaturgia que consigue que veamos siempre lo que pasa: los intérpretes bailan de un modo invisible para que en cada momento el público de ambas gradas pueda comprender y diseccionar sus sentimientos. ¡Qué mérito!
(C) foto: Ros Ribas
¿Qué tienen en común el rock and roll y el comunismo?
¿Se puede articular una narración de lo que el historiador Eric Hobsbawm llamó el siglo corto haciéndolo coincidir con el nacimiento y caída del comunismo a base de conflictos personales, sentimientos encontrados, poder drámatico al fin y al cabo?
Tom Stoppard, el autor inglés, lo consigue con este texto magnífico que hemos podido ver en el Teatre Lliure en adaptación de Àlex Rigola.
Trabajar con un texto tan completo y lleno de referencias puede parecer fácil, pero al mismo tiempo pone el listón muy alto a actores y directores. La obra se estructura en dos partes: la revolución del 68 con sus consecuencias en Praga y la caída del muro de Berlín. Lo vivimos a traves de una familia inglesa (cuyo backyard es casi siempre sinónimo de la Arcadia perdida que buscaban los autores marxistas) que protege a un joven profesor checo que sin embargo decide volver a su país cuando la primavera de Praga le alberga unas esperanzas que aún han de tardar en cumplirse. Destacan Lluís Marco, como catedrático británico estalinista que representa en el mismo la historia del comunismo (ha nacido en el mismo año que la revolución bolchevique), Joan Carreras como Jan, el profesor checo, y Chantal Aimée, la hija del profesor británico destrozada y atormentada por todos los ismos del siglo XX que ha tenido que vivir en su casa. Pero hay más, mucho más. Todos los intérpretes tienen su momento estelar, lo que quiere decir que todos los personajes tiene algo que decir, como Rosa Renom como enferma terminal que lo ve todo tan claro por su proximidad a la muerte.
La escenografía, como siempre en el Lliure, está magnificamente resuelta. Para acercarnos a personajes tan complejos, las gradas estan a dos lados del escenario de manera que siempre participamos de la intimidad de los personajes estemos donde estemos sentados. El jardín inglés cambia a la habitación checa de una manera tan mágica como potente desde el punto de vista de la dramaturgia. Dramaturgia que consigue que veamos siempre lo que pasa: los intérpretes bailan de un modo invisible para que en cada momento el público de ambas gradas pueda comprender y diseccionar sus sentimientos. ¡Qué mérito!
Comentarios