Cuatro corazones con freno y marcha atrás



de Enrique Jardiel Poncela

con Guillermo Sanjuán, David García Palencia, Pedro Forero, Chusa Barbero, Esperanza de la Vega, Eduardo Alejandre, Mateo Rubistein, Asier Iturrriaga, Patrick Martino, Silvia Acosta, César Camino

Dirigida por Gabriel Olivares

Teatro Galileo, Madrid


Un ocioso joven alocado, su novia, su amigo un médico chalado y la-que-no-puede-ser-su-novia-porque-no-han-encontrado-nunca-el-cadáver-de-su-marido se apuntan a la aspiración sobre la que ha estado trabajando el doctor últimamente: algo parecido al elixir de la eterna juventud. Un cartero algo mayor que ellos y que descubre lo que traman se enrolará también en el proyecto.

Los argumentos de Enrique Jardiel Poncela son inverosímiles y absurdos, pero ¿acaso no lo son los dramas de Shakespeare o casi todas las óperas? Lo que temo más ante una puesta en escena de este autor o de esta época, es que no se sepa adaptar el tono carcamal y con olor a naftalina que venía con el pack del teatro del franquismo.

Pues bien, Gabriel Olivares (tan versado en la comedia, y que dirige aquí su primer clásico) y su equipazo de actores lo han conseguido. Los actores adoptan unos movimientos, casi coreográficos en ocasiones, que le dan el tono contemporáneo, de trabajo sobre puntos de vista escénicos, y con una estética pop inconfundible, la de los años 80.




Momentos muy conseguidos como la transición del primer al segundo acto con éxitos musicales de los 60 a los 80, emulando el paso del tiempo que se produce, o la mágica conversión del portal de la casa de uno de los protagonistas a una isla paradisíaca, o el chalado frenesí poético de la frustrada viuda son ejemplos de lo divertido que se pasa en la terraza del Galileo.

Un fallo, que seguramente no tiene nada que ver con el trabajo del equipo artístico. Hay una parada entre el segundo y tercer acto, totalmente innecesaria por el tiempo que dura la función, pero que sin embargo corta el ritmo de la locura y el delirio del argumento, que va in crescendo hasta llegar al absurdo más absoluto. El motivo pecuniario no se justifica, hemos pagado la entrada y muchos también una cena. La empresa debería replantearse esto para una próxima vez.

Pero seguramente esto es una queja de tiquismiquis y el público en general, estoy seguro, disfrutará mucho con esta función.






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