Misericordia





Escrita y dirigida por Denise Despeyroux

Con Denise Despeyroux, Natalia Hernández, Pablo Messiez, Cristóbal Suárez y Marta Velilla

Participación especial de Sergio Blanco

Teatro Valle Inclán, Madrid

En 1983, auspiciado por el recién estrenado gobierno de Felipe González, se fletó un avión a Montevideo. sólo con niños como pasajeros, que habían sido enviados a España años antes en un buque llamado Misericordia,  para que pudieran conocer a sus familiares, básicamente abuelos, en plena dictadura uruguaya. Tardaron seis horas en recorrer 20 km, aclamados por la genteAhí estaba Denise Despeyroux, con 9 años.

Unos hermanos uruguayos descendientes de esos exiliados, comparten casa. Uno es Dante (la vuelta como actor de Pablo Messiez), un autor de teatro semifrustrado al que por fin han encargado estrenar del María Guerrero, un trasunto de la propia Despeyroux, otra es una psicoanalista lacaniana que ahora explora la mística de la cábala judía y la mayor se aísla o huye en el mundo de los videojuegos y viste como un personaje de Final Fantasy. Entra en sus vidas un amigo de Dante, un director de teatro que ya lo ha dejado por no recibir suficiente gratificación y reconocimiento y está metido en la nueva disciplina de la neuroendocrinopsicoinmunología con una fulgurante carrera de youtuber e influencer.

Sergio Blanco, el dramaturgo uruguayo, le sugiere que haga autoficción, lo que se lleva ahora, y le sugiere que escriba sobre su experiencia en el Misericordia, pero no recuerda nada, así que contacta con Denise Despeyroux para que la ayude.

Para mí cabe distinguir dos partes, la comedia de la loca familia de hermanos, con momentos sublimes como los de las ceremonias judías celebradas con la concepción mística y hasta hippie de la cábala, un género en el que la autora se mueve como pez en el agua, y donde crea, junto a los magníficos actores, personajes inolvidables. La penúltima escena con los personajes transmutados tiene también una gran fuerza dramática, porque entendemos mejor a la menor de las hermanas.


Pero la parte de autoficción me parece llevada a un extremo egocéntrico: dos personajes son el alter ego de la autora, ella misma sale autointerpretandose, pone imágenes suyas de niña, aprovecha para desahogarse con el mundo teatral de Madrid que cree que la ha tratado mal, con nombres y apellidos. Aunque podamos estar de acuerdo en que unos nos gusten más que otros, parece de mal gusto nombrarlos, máxime cuando está trabajando en el CDN. El público que conoce puede reír estas gracias, incluso cuando Pablo Messiez habla de sí mismo utilizando las palabras de sus críticos, pero, ¿qué pasa con el que no?

Su historia deviene, en fin, tan ególatra nos hace casi olvidar de la historia de los otros niños. Parece como si ella hubiese sufrido más que los otros. La última escena y el fundido a negro nos confirma esa sospecha.






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